Dos personas.
Dos propósitos.
Dos canastas.
Un mismo Dios.
“Cuando estuve en Damasco tuvieron que descolgarme en un canasto por una ventana en el muro de la ciudad para que escapara...” 2 Corintios 11:32-33 NTV
Pablo escribe este pasaje. Pablo entra a una ciudad a
predicar el Evangelio. Todo se vuelve contra él. Los cristianos en Damasco,
hombres que conocen a Dios, lo protegen y para sacarlo del lugar lo meten
dentro de una canasta y lo bajan por el muro. Nadie sabe que él está allí. Está
oculto y está siendo llevado a la vida, al destino de Dios.
Si sueltan la canasta, Pablo muere. La vida de uno de
los más trascendentes hombres de la Iglesia de todos los tiempos, el plan de
Dios para la Iglesia de todos los tiempos, dependían de que esa cesta no
fuera soltada por las manos de los que la sostenían.
La vida de Pablo, los anónimos que descolgaron a Pablo por el muro en Damasco, nos enseñan una lección: habrá, en nuestra vida, canastas que no debemos soltar!!
Muchos años antes de que Pablo existía, existió una
mujer, Jocabed.
“En esos días, un hombre y una mujer de la tribu de Leví se casaron. La mujer quedó embarazada y dio a luz un hijo. Al ver que era un niño excepcional, lo escondió durante tres meses. Cuando ya no pudo ocultarlo más, tomó una canasta de juncos de papiro y la recubrió con brea y resina para hacerla resistente al agua. Después puso al niño en la canasta y la acomodó entre los juncos, a la orilla del río Nilo.” Éxodo 2:1-3 NTV
Jocabed tiene un hijo. Intenta protegerlo de un decreto de muerte dado por el
Faraón.
Lo pone en una canasta. Nadie sabe que él está allí. Está oculto y está siendo
llevado a la vida, al destino de Dios.
Si lo retiene, si no suelta esa canasta, Moisés
morirá. La vida de uno de los hombres más destacados del Pueblo de Dios, el
plan de Dios para su pueblo Israel, dependían de que ella dejara ir la
canasta por las aguas inciertas del Nilo, que llevarían la cesta justo al lugar
de protección que Dios había diseñado para su bebé.
Jocabed, nos enseña a poner esa cesta, que está en nuestras
manos, que Dios nos dio, en las manos de Dios, en las aguas de lo incierto, en
la corriente que lleva a todos al eterno plan perfecto de Dios.
Las circunstancias, las emociones, los demás, todo el
tiempo nos están diciendo: “Soltá...”. O, por el contrario, “No, no! Mejor, es
que te aferres...”
Ambas acciones son necesarias... en tiempos
diferentes.
Hay momentos en que las cosas están en nuestras manos!
y Ay de nosotros si las soltamos...! Soltarlas te desgarrará!
Pero existen otros momentos en que esas cosas debemos
ponerlas en manos de Dios... y Ay de nosotros si retenemos...! Retenerlas es lo
que dejará nuestras vidas partidas en dos!
Soltar o aferrarse es arriesgar la vida, el corazón.
Son actos que determinarán el presente y futuro de mucho más que nosotros
mismos...
No soltar la
canasta es proteger, guardar.
Es saber que en mis manos hay algo importante que tiene que ser preservado.
No soltar la canasta es no ser indiferente. Es arrebatar de la muerte a lo que
debe vivir. Es aferrarme al plan De Dios.
Por el contrario, soltar la canasta es morir a
hacer las cosas a mi manera. Es morir a pensar que en mis manos está más
segura. Es morir a tenerla cerca para que así el plan De Dios pueda vivir. Es
aferrarme al Dios que tiene un plan.
Ruego a Dios que en cada momento sepamos retener o
dejar ir, y que nuestra vida y lo que Él ama, lo que amamos, esté en sus manos
eternas. Solo allí estará en el lugar correcto.
Flecha
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